Yo me inventé entonces como un espectro que vive de esas soledades guardadas, de esas nostalgias que matan, de esa melancolía que no llega a endulzar lo suficiente. Y los días fueron pasando, oscuros y húmedos, entre el gris de los edificios de concreto, de las casas sin pintar, de las autopistas vacías. Todo se había vuelto un continuo atardecer que no llega a volverse noche, que no llega a vislumbrar estrellas. Un atardecer invernal, en donde no sabes detrás de que nube gris se ocultaron los astros. Todo se hizo entonces amargo, triste. Ese era mi lugar.
El tiempo ha pasado. Yo dejé cada traje que pudo haberme ocultado, yo saqué las uñas y mostré los dientes. Yo quise protegerme…pero otras veces volvía dócil, con una prenda menos y un trozo de piel para que la veas, para que puedas curarla. Me sentaba a la puerta de tu casa y cantaba esas canciones tristes de mi noche insomne, para que pudieras salir a buscarme…Pero bajo todos los mantos grises yo no aguantaba la espera y salía corriendo de prisa. Jamás me quedé a esperar una caricia, una palabra de ánimo. Me levantaba de las briznas, antes que alguien más pudiera hacerme daño.
Los días pasan. El gris inicial ha dado paso a colores pálidos de diferentes matices. Una acuarela vaga de colores y recuerdos. Los días han pasado y yo he seguido mostrándome. Quitando poco a poco los harapos que me cubrían. Mostrando mis tobillos, mis piernas, mis muslos. Ocultando mi rostro bajo sombra. Yo he seguido mostrándome.
Y ahora ha llegado septiembre, 10 meses después de cualquier intento de sueño y me siento fuerte. Más fuerte que ayer. En el patio de la casa iluminada, puedo alzar la vista y ver un cielo azul añil cruzado por las ramas recientes de la parra que se viste de verde. De pronto y noto que mi universo ha vuelto a tener sus colores iniciales, poco a poco eso colores se han ido haciendo brillantes. Mi traje oscuro y sangriento, lo he dejado en alguna habitación guardado. Mi cara de grises me la he cambiado ante el espejo, mi dolor oculto ya ha secado al sol. De pronto me doy cuenta que 10 meses después de que empezara todo, no necesito a veces ni leer ni explicarme, para sentirme sana.
Ha sido una lenta convalecencia, pero me siento mucho más segura. Puedo dar mis primeros pasos fuera de casa. Puedo ver la noche sin temer que ya no haya estrellas. Puedo bañarme con agua clara y salir sin ninguna máscara a recibirte. Ha llegado la época en que todas mis ramas secas dolientes durante el invierno, se han empezado a vestir de los colores que trae la tranquilidad. Ser feliz es un anhelo demasiado caro, para vivirlo de forma permanente, pero puedo decir que después de 10 meses, me siento mucho mas segura, tranquila y en equilibrio. Ya no necesito, ni me apetece disfrazarme, los antiguos dilemas están casi resueltos, la búsqueda del amor ha cesado. Estar a gusto con mi soledad ha sido la lección más rica.
El día está colorido, aun faltan algunos meses para que pueda ser una paleta completa de matices color mariposa. Pero hoy he podido salir a caminar y vivir y por un par de días he pensado que no necesito escribir lo que siento. He estado tan a gusto, que a veces me olvido que durante 10 meses necesité escribir, para vencer a mis demonios. Que durante 10 meses, creí que solo escribiendo podía llegar a ser feliz.
Yo que me soñé oscura y sangrienta…y ahora eso solo es un recuerdo lejano de la persona que quiso protegerse de si misma y de sus propios rencores con la oscuridad que puede dar el dolor. Ahora despierto tranquila, sonrío y me siento cada día más fuerte que el anterior. Pronto mi vestido volverá a tener el color de las flores. Pronto habré terminado de curar mi propio corazón.