Era domingo, el día en que terminé de escribirte y fui a ver esos zapatos. Para cuando quise volver a casa, eran las 10 de la noche, entonces, decidí irme caminando.
Me agrada caminar y aunque mi casa quedaba cerca y lo hacía en la zona más segura de la ciudad, no olvidaba que era domingo, 10 de la noche y que yo solo era una mujer que caminaba sola. Fue en ese momento vi a este tipo que caminaba solitario y con paso rápido como lo hacía yo.
Con la polera gris y las manos en los bolsillos, caminaba calle abajo igual que yo. Probablemente al mismo barrio que yo. Caminamos codo a codo casi por una cuadra, pero cuando estuvimos a punto de cruzar palabra, yo decidí cruzar la avenida e ir por la otra acera. Acababa de tener miedo de aquél extraño.
Me arrepentí cuando estuve a mitad de la pista, pero ya no había vuelta atrás. El resto del trayecto seguimos caminando, en aceras contrarias, probablemente al mismo destino, mirando de vez en cuando si alguien más aparte de nosotros caminaba a esa hora, por aquella avenida iluminada, en donde los pocos taxis pasaban veloces.
Esperé a que hubiera un periodo sin autos que interrumpieran y sin detenerme a pensar, le dirigí la palabra a aquel desconocido, desde la otra orilla de la calle, en un grito que parecía un maullido que rompía la noche queda
“¿A dónde vas?”
Durante las caminatas que a veces hacía por las ciudades a las que iba de visita, había hecho innumerables veces la misma pregunta. Jamás lo había hecho en mi propia ciudad.
Es triste caminar sola, lo es más cuando llega la noche y se quedan en completa comunión el alma y los recuerdos. La segunda parte del viaje inició en Mendoza y yo me había hospedado en una de esas pensiones familiares en que esperas que no te ocurra nada.
Esa tarde la migraña se había apoderado de mi frágil seso y me había obligado a tomar la medicación. Durante la cena estuve a punto de dormirme sobre el plato de carnes, completamente absorta en las luces que se filtraban por los árboles dispersos de La Peatonal.
Me agrada caminar y aunque mi casa quedaba cerca y lo hacía en la zona más segura de la ciudad, no olvidaba que era domingo, 10 de la noche y que yo solo era una mujer que caminaba sola. Fue en ese momento vi a este tipo que caminaba solitario y con paso rápido como lo hacía yo.
Con la polera gris y las manos en los bolsillos, caminaba calle abajo igual que yo. Probablemente al mismo barrio que yo. Caminamos codo a codo casi por una cuadra, pero cuando estuvimos a punto de cruzar palabra, yo decidí cruzar la avenida e ir por la otra acera. Acababa de tener miedo de aquél extraño.
Me arrepentí cuando estuve a mitad de la pista, pero ya no había vuelta atrás. El resto del trayecto seguimos caminando, en aceras contrarias, probablemente al mismo destino, mirando de vez en cuando si alguien más aparte de nosotros caminaba a esa hora, por aquella avenida iluminada, en donde los pocos taxis pasaban veloces.
Esperé a que hubiera un periodo sin autos que interrumpieran y sin detenerme a pensar, le dirigí la palabra a aquel desconocido, desde la otra orilla de la calle, en un grito que parecía un maullido que rompía la noche queda
“¿A dónde vas?”
Durante las caminatas que a veces hacía por las ciudades a las que iba de visita, había hecho innumerables veces la misma pregunta. Jamás lo había hecho en mi propia ciudad.
Es triste caminar sola, lo es más cuando llega la noche y se quedan en completa comunión el alma y los recuerdos. La segunda parte del viaje inició en Mendoza y yo me había hospedado en una de esas pensiones familiares en que esperas que no te ocurra nada.
Esa tarde la migraña se había apoderado de mi frágil seso y me había obligado a tomar la medicación. Durante la cena estuve a punto de dormirme sobre el plato de carnes, completamente absorta en las luces que se filtraban por los árboles dispersos de La Peatonal.
El clima ligeramente cálido, aumentaba la sensación de unas vacaciones de verano a pleno mes de Septiembre; pero mi mente embotada de analgésicos solo podía percibir un ambiente que me llevaba del sueño al ensueño, cada vez que pestañeaba.
Al levantarme de la mesa estaba tan mareada, que lo único que me restó fue caminar rápido hasta que el aire me despejara todas esas ideas sobre un pasado inconfesable y un futuro incierto. Para cuando quise volver a mi hospedaje, eran casi las 11 de la noche y los autos habían dejado de circular por las calles.
Delante de mí, un chico caminaba lentamente con libros en la mano. Lo alcancé con paso ligero y le dije el ya clásico ¿a dónde vas? Que era mi saludo favorito, cuando deseaba dejar de caminar sola. Al contestarme que iba hasta el final de esa avenida de 10 cuadras, me animé a decirle la frase de la que aun no me arrepiento
¿Puedo caminar contigo?
Claro, me dijo y moderamos el paso hasta caminar a la par; él aumentando la velocidad y yo caminando sin prisa. Fue la charla mas entretenida que he sostenido con alguien menor que yo. El joven apenas tenia 21 años y hablamos y reímos, sobre música y fútbol, hasta que llegando a la cuadra donde estaba mi hospedaje nos despedimos, como viejos conocidos.
Al llegar al Hotel, el palpitar continuo de mis sienes jaquecosas se había disipado y pude disfrutar de un sueño reparador después de aquél largo día de caminata, el primero de un viaje que en cierta forma me cambiaría la vida.
La pregunta de ¿A dónde vas? Hacía ahora eco, en la avenida vacía de mi propia ciudad.
El muchacho desde la otra acera contestó con un “Lejos” que sonaba más a “Ninguna parte que te interese”.
“¿Lejos?” Volví a preguntar con una sonrisa, al ver que tomábamos la misma vía que volteaba a la izquierda, siempre separados por la pista de dos carriles.
Dudó por algunos minutos más y luego gritó “Hasta mi casa” sin voltear a mirarme.
En ese momento, yo me di cuenta que donde quiera que fuera su casa, no estaba camino de la mía. Y tampoco estaba ya en mis manos poder cambiarlo.
Entonces, seguí caminando mucho más lento, mientras sonreía avergonzada por la osadía. ¿Qué estaría pensando ese tipo de mí? ¿A quién le contaría el hecho, cuando llegara a casa? ¿Se arrepentiría por no contestarme?
Frené las reflexiones que me inculpaban, cuando me di cuenta que yo había pasado innumerables veces por ese dolor que te da el callar. Ese dolor punzante que te ataca varias noches seguidas cuando no te atreves a dar el primer paso, o a contestarle a alguien cuando te hace la pregunta tonta "¿Y tu quién eres?" O un simple y llano “¿a dónde vas?”
Había probado muchas veces de ese dolor y prefería pasar por la pequeña humillación de haber tendido un puente que alguien más prefirió quemar.
Esa noche me acosté tranquila, pensando que siempre sería más fácil hablar con alguien que no tenga reparos en caminar a tu lado, a cualquier destino, en cualquier lugar, cuando dejas por un instante, toda la vergüenza de lado, toda esa incertidumbre sobre la futura respuesta y te atreves a preguntar desde la otra acera de TU propio mundo:
¿A dónde vas?
*
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Imagen: Av. José de San Martín, Mza.Argentina.
17 comentarios:
Laura,
lo entiendo todo muy claramente,
necesito caminar (mas)
Muchas gracias.
J.
Descuida,
Mientras lo hagas con un helado en la mano,
será siempre bueno el caminar.
La Respuesta mas gallarda seria "A donde tu quieras ir". Y la mas romantica. Y posiblemente la mas imposible, tambien. Pero la vida no es perfecta, no?.
Si que tienes razon, cuesta bastante empezar una conversacion, romper el hielo. Es como si hubiera un escudo de fuerza invisible en las personas, y costara mucho sortearlo.
A mi me pasa, al menos.
Y si es una mujer.. bueno, eso es todavia mas complicado.
Debo ser yo, que soy timido, en el fondo, o la sociedad... a saber.
Pero bueno, poco a poco, se pueden romper esas autobarreras, no?.
Luego mas... que estoy en Clase.
Un saludo de Edem.
¡Eres genial! Cuando dejas de lamentarte por no tener un "capullo" a tu lado full time, y te dedicas a las cosas que de verdad importan, escribes cosas magníficas
A dónde vas?...a la concha de tu madre...(qué barbaridad, pero fue lo primero que se me vino a la cabeza, ja,ja) Espero no haberte ofendido, no fue esa mi intención fue sólo un impulso genuino, espero lo entiendas, no pude evitarlo.
hey !!... se malea la marea.... jajaja
Este relato me ha gustado... si pues, nada más, me ha gustado y punto, sin tanto embrollo, aparte que me has hecho dar cuenta que hace mucho no salgo a caminar...
Sí, a veces un poco de compañía no cae mal, puede hacer más ligero el camino.
Ser capaz de dar el primer paso de alguna manera te imprime seguridad (al margen de la respuesta recibida, total quien se matará pensando "y que hubiera pasado si" no serás tu).
En clase me dijeron que cuando te acercas a alguien por primera vez, de inmediato lo clasificas en enemigo o amigo. Es algo instintivo, hay a quienes temes y te alejas y hay quienes te inspiran confianza y te acercas. Es bonito cuando consideras a alguien amigo y a su vez la persona te considera amigo. El resto de combinaciones (tu piensas amigo, él enemigo; tu enemigo, él amigo; tu enemigo, él enemigo) son dolorosas.
y el aún dirá: debí de haberle respondido .... y jamás sabrá lo que es caminar contigo
Guapa, quiero encontrarme tu cuerpo y a ti dentro por donde camine. Bhesos con mucha hache
RUN LIKE HELL (¿or heaven?)
Así que viajaste?? Humm todo lo que uno se pierde en pocos días. Sí pues peruanita bonita... Pero a donde vayas solo un par de consejos: Cuidate muchísimo y camina por las avenidas grandes. Eres atrevida y eso no es común. ¿A DÓNDE VAS?, ¿QUÉ BUSCAS?
¿Te acuerdas de la serie animada media ponja ANGEL, la NIÑA DE LAS FLORES? Bueno, al final la flor que siempre buscó estaba en el jardín de su casa, ¿que aguafiestas no? Cuidate, sigue escribiendo... y comete un plátano.
jeje..supongo q es un poco raro preguntar cosas como esa a la gnt q no conoces..hay q tener en cuenta q muxas vcs no todos kieren q los demas se enteren sobre su verdadero camino.
ya lo decía un antiguo amigo mío, cuando se lanzaba a una chica: "es preferible pedir perdón que pedir permiso".
Si, Miguel...con Mucha H...
Ese dolor punzante que te ataca varias noches seguidas cuando no te atreves a dar el primer paso...
siento que me robaste esa frace, pero no. tu sabes sacar lo que sientes en palabras... al menos mucho mejor que yo.
Saludos
Un saludo y una despedida. Me gusto esta narracion. Presenta un ambiente muy desolador, de veras esa es mi sensacion. Hubiese querido que el sujeto del relato se hubiera dicho: ¿Por qué me voy?
Hola Laura Martillo, gracias por visitar mi blog, yo justamente un poco antes habia llegado al tuyo a traves del queso! y habia quedado fascinada con tantos relatos interesantes que no me atrevi a escribirte nada... Pero leyendo este, te puesdo decir que tienes razon, hay relaciones donde uno puede preguntar a donde vas y te pueden decir 10 cuadras y despues los caminos se separan... es lindo cuando te responden: contigo... juntos hasta donde lleguemos.
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