Conocimos a Javier durante el internado de medicina. Era mayor que nosotros, con una barba que le crecía a toda hora del día y unos anteojos oscuros que lo hacían ver más rebelde de lo que en realidad era. Mucho mas hábil que nosotros, Javier se podía dar el lujo de andar de perezoso mientras los demás trabajamos,
por esa habilidad innata de resolver los problemas en el último minuto. Demás esta decir, que todos lo odiaban. No solo por esa actitud autosuficiente y esas respuestas lacónicas a cualquier pregunta que se le hiciera, sino por dejarnos saber que éramos apenas unos crios nerviosos jugando a ser médicos.
Nadie lo quería, excepto nosotros. Mi novio y yo, veíamos en el a una especie de Mac Giver medico que podía resolver cualquier problema sin pedirle ayuda a nadie.
Javier se había acoplado a nosotros y nosotros a el como si nos hubiéramos conocido toda la vida. Su carácter contestatario, hacia que por momentos se volviera nuestro héroe. Su actitud “alpinchista”, sin embargo, contrastaba con la nuestra, siempre de jóvenes aplicados, haciendo las cosas puntualmente y sin errores.
Si yo estaba estresada solía desfogarme dando golpes, que mi novio no soportaba y en cambio Javier si. El disfrutaba de esos golpes en el abdomen o en los brazos, que el endurecía después de cada una de sus frases machistas, en espera de uno de mis puños. “golpeas como chica” me decía, riéndose, “tienes que empuñar así” y me ponía las manos en posición. Mientras mi novio le pedía que no me enseñe a golpear, porque eso no era de chicas.
Javier era macizo, ningún golpe mío podía doblegarlo. Excepto ese día que en la visita medica lo tomé desprevenido con un golpe en el estómago y se quedó sin aire, mientras a mi se me salían las lagrimas, incapaz de ayudarlo por el ataque de risa al verlo doblado y sin voz.
Muchas internas querían algo con él. Esa mezcla de chico malo que puede resolverlo todo lo hizo popular, mas aun la vez que en una guardia salio en calzoncillos hasta el pasillo por una llamada de emergencia. “es que no puedo acostarme con ropa” fue su única explicación cuando le reclamaron por estar calato en una habitación unisex.
“Brito”, le decían. Eres un Brito porque no tienes enamorada a los 29 años, porque juegas voley con el equipo de homosexuales del barrio, porque siempre andas luciendo los músculos como un trofeo gay. El se reía sin ofenderse, la verdad es que Javier estaba lo más lejos de ser un “cabro”, como todos los demás internos trataban de correr la voz. Javier era un violador en potencia esperando la primera oportunidad que se le ofreciera.
La única consigna: No enamorarse. Porque nadie me soportaría, me decía. Tendría que ser alguien de mal carácter y más maniática que yo. Soy un egoísta de lo peor. A lo mejor solo necesitas una mujer suavecita que ceda a todas tus tonterías, le decía yo. No creo, me aburriría.
Es que Javier era un cerdo. Si alguna vez le dirigía la palabra a una mujer era solo para burlarse de su gordura, sus tetas o su peinado. Para decirle que era inútil o cualquier cosa que las hiciera enfadar. A mi también me lo decía, me hacia insinuaciones delante de mi novio, solo para sonrojarme a mi e irritarlo a él. Pero todo era en broma y lo sabíamos. Javier era inofensivo con nosotros. Éramos como hermanos, el trío perfecto. Y ambos se turnaban para cuidarme, por mis crisis migrañosas o por que sabían que siempre me andaba buscando problemas.
Un día, después de una operación que duro casi 4 horas, yo me quede sola y cansada en el quirófano. A la mujer que se operó le acababan de extraer el útero por una hemorragia incontrolable y ahora en la sala vacía, solo quedaban las gasas ensangrentadas y la ropa de cirugía manchada y tirada en el piso, como al final de una larga batalla.
Javier entró con su scrub verde sin manga y me vio allí, sentada en el banco con el scrub azul y las manos blancas por el polvo de los guantes, mirando a la nada.
por esa habilidad innata de resolver los problemas en el último minuto. Demás esta decir, que todos lo odiaban. No solo por esa actitud autosuficiente y esas respuestas lacónicas a cualquier pregunta que se le hiciera, sino por dejarnos saber que éramos apenas unos crios nerviosos jugando a ser médicos.
Nadie lo quería, excepto nosotros. Mi novio y yo, veíamos en el a una especie de Mac Giver medico que podía resolver cualquier problema sin pedirle ayuda a nadie.
Javier se había acoplado a nosotros y nosotros a el como si nos hubiéramos conocido toda la vida. Su carácter contestatario, hacia que por momentos se volviera nuestro héroe. Su actitud “alpinchista”, sin embargo, contrastaba con la nuestra, siempre de jóvenes aplicados, haciendo las cosas puntualmente y sin errores.
Si yo estaba estresada solía desfogarme dando golpes, que mi novio no soportaba y en cambio Javier si. El disfrutaba de esos golpes en el abdomen o en los brazos, que el endurecía después de cada una de sus frases machistas, en espera de uno de mis puños. “golpeas como chica” me decía, riéndose, “tienes que empuñar así” y me ponía las manos en posición. Mientras mi novio le pedía que no me enseñe a golpear, porque eso no era de chicas.
Javier era macizo, ningún golpe mío podía doblegarlo. Excepto ese día que en la visita medica lo tomé desprevenido con un golpe en el estómago y se quedó sin aire, mientras a mi se me salían las lagrimas, incapaz de ayudarlo por el ataque de risa al verlo doblado y sin voz.
Muchas internas querían algo con él. Esa mezcla de chico malo que puede resolverlo todo lo hizo popular, mas aun la vez que en una guardia salio en calzoncillos hasta el pasillo por una llamada de emergencia. “es que no puedo acostarme con ropa” fue su única explicación cuando le reclamaron por estar calato en una habitación unisex.
“Brito”, le decían. Eres un Brito porque no tienes enamorada a los 29 años, porque juegas voley con el equipo de homosexuales del barrio, porque siempre andas luciendo los músculos como un trofeo gay. El se reía sin ofenderse, la verdad es que Javier estaba lo más lejos de ser un “cabro”, como todos los demás internos trataban de correr la voz. Javier era un violador en potencia esperando la primera oportunidad que se le ofreciera.
La única consigna: No enamorarse. Porque nadie me soportaría, me decía. Tendría que ser alguien de mal carácter y más maniática que yo. Soy un egoísta de lo peor. A lo mejor solo necesitas una mujer suavecita que ceda a todas tus tonterías, le decía yo. No creo, me aburriría.
Es que Javier era un cerdo. Si alguna vez le dirigía la palabra a una mujer era solo para burlarse de su gordura, sus tetas o su peinado. Para decirle que era inútil o cualquier cosa que las hiciera enfadar. A mi también me lo decía, me hacia insinuaciones delante de mi novio, solo para sonrojarme a mi e irritarlo a él. Pero todo era en broma y lo sabíamos. Javier era inofensivo con nosotros. Éramos como hermanos, el trío perfecto. Y ambos se turnaban para cuidarme, por mis crisis migrañosas o por que sabían que siempre me andaba buscando problemas.
Un día, después de una operación que duro casi 4 horas, yo me quede sola y cansada en el quirófano. A la mujer que se operó le acababan de extraer el útero por una hemorragia incontrolable y ahora en la sala vacía, solo quedaban las gasas ensangrentadas y la ropa de cirugía manchada y tirada en el piso, como al final de una larga batalla.
Javier entró con su scrub verde sin manga y me vio allí, sentada en el banco con el scrub azul y las manos blancas por el polvo de los guantes, mirando a la nada.
-¿Por qué no te vas a almorzar, chascosa? Preguntó quitándome el gorro de un manazo.
-No tengo ganas, me duele todo.
-Yo entro a una cesárea, en 15 minutos, ¿quieres algo… una empanada, un masaje?
- no, Estoy triste, le dije, queriendo llorar, había sido una semana horrible.
-No estés triste porque te duele la cabeza, me dijo mientras se colocaba detrás mío a masajearme los hombros por encima de la delgada tela del scrub.
-Tu cuello está tieso, te va a dar tortícolis, medusa. Yo me reí pensando que Javier conocía tanto o más que mi novio sobre mis solencias psicosomáticas. Sus manos tocaban ahora mi cuello, iban debajo de los cabellos y ascendían como una caricia muy suave detrás de mis orejas.
Javier solía darme masajes, cuando tenía jaquecas, pero eran rápidos y rudos; ésta era la primera vez que se portaba suavemente conmigo.
-Tu cuello está tieso, te va a dar tortícolis, medusa. Yo me reí pensando que Javier conocía tanto o más que mi novio sobre mis solencias psicosomáticas. Sus manos tocaban ahora mi cuello, iban debajo de los cabellos y ascendían como una caricia muy suave detrás de mis orejas.
Javier solía darme masajes, cuando tenía jaquecas, pero eran rápidos y rudos; ésta era la primera vez que se portaba suavemente conmigo.
La verdad, es que era la primera vez que estábamos los dos solos y la primera vez que su cuerpo casi tocaba el mío, separados solo por la delgada tela de la ropa de cirugía. Sentía el calor de su pecho en mi espalda y su voz cerca abrazándome.
Por un minuto quise que ese masaje se prolongara más y más, pero pensar eso era casi incestuoso.
Giré sobre el banco metálico hasta hacerle frente y entonces nos quedamos viendo como un par de desconocidos. Yo con la melena despeinada y él con su pulcro gorro de cirugía, sin mediar palabra. Mirándonos largamente en medio de ese quirófano vacío.
“Eres una medusa”- me dijo con la mano aun entre mi cabello.
“Y tu un auteéntico “Brito” con ese scrub ajustado”, dije dándole un golpe en el abdomen. El sonrió y me sujetó el puño por un buen rato.
“Aun no me he cobrado tu otro golpe”, me dijo con suavidad y, entonces acarició mi mano con una ternura increíble. Mientras yo sentía electricidad en todo el cuerpo.
Tienes suerte que yo te quiera, medusa...Que los quiera a ambos...agregó y salió a toda prisa al otro quirófano, de donde ya lo estaban llamando.
Nunca más volvimos a estar a solas. Incluso después que yo terminara con mi novio. Hubiera sido demasiado desleal echar a perder nuestra amistad por andar con juegos estúpidos.
Hace unos días me enteré que Javier se casaba con una chica del hospital. Que por fin se había enamorado de una mujer que lo soportara.
Giré sobre el banco metálico hasta hacerle frente y entonces nos quedamos viendo como un par de desconocidos. Yo con la melena despeinada y él con su pulcro gorro de cirugía, sin mediar palabra. Mirándonos largamente en medio de ese quirófano vacío.
“Eres una medusa”- me dijo con la mano aun entre mi cabello.
“Y tu un auteéntico “Brito” con ese scrub ajustado”, dije dándole un golpe en el abdomen. El sonrió y me sujetó el puño por un buen rato.
“Aun no me he cobrado tu otro golpe”, me dijo con suavidad y, entonces acarició mi mano con una ternura increíble. Mientras yo sentía electricidad en todo el cuerpo.
Tienes suerte que yo te quiera, medusa...Que los quiera a ambos...agregó y salió a toda prisa al otro quirófano, de donde ya lo estaban llamando.
Nunca más volvimos a estar a solas. Incluso después que yo terminara con mi novio. Hubiera sido demasiado desleal echar a perder nuestra amistad por andar con juegos estúpidos.
Hace unos días me enteré que Javier se casaba con una chica del hospital. Que por fin se había enamorado de una mujer que lo soportara.
- oye Brito, lo saludé, ¿es cierto que te casas?
- Si, pues. Como tú nunca me hiciste caso.
Ambos nos reímos como tontos, e inmediatamente se hizo un largo silencio, solo interrumpido por las bocinas de los autos.
- y ella ¿sabe golpear bien? Corté yo.
- No, medusa, nadie ha superado tu gancho... Tu si sabes hacer doler, sonrió luego.
11 comentarios:
No critiquen, chicos. Ya vendrán tiempos mejores...
es una fras edel Charly, pero esta semana me va de la PM
Ninguno estaba con Animo de Amar. Ojalá lo hubieras intentado.
Me encanta cuando hay ese tipo de tensión con algun compañero/a de trabajo,...el masaje cariñoso/mañoso es mi favorito.XD
No... no es mi estilo criticar a la gente, y menos a alguien como tu.
Yo me hubiera conformado con intentarlo... o con tener algo asi alguna vez.
Espero que asi sea.
Y para ti... mi animo y mi apoyo, como siempre.
Un saludo de Edem.
Yo pensaba que las manos de una pequeña boxeadora no podrían escribir tan bien... pero claro, estaba totalmente equivocado, hubiese bastado con recordar a Miller, por ejemplo o al loquito Hernández.
Crítica: me parece que hay una ligera... ligerísima contradicción del personaje Javier al inicio y al final de la historia, por lo demás, me gustó el relato.
jajaja,
George: El tipo es una contradicción, porque sencillamente no es un personaje. Existe, está vivo y se va a casar.
Eso si, no se llama Javier, pero tiene un nombre igual de brócoli.
June: ¿Quien diablos es el loquito Hernandez?
¿quien dijo que era pequeña?
Bue...si lo dije, y a ti que?
besos.
Gracias, Enrique, lo sé. Aunque deberías criticarme de vez en cuando. No eres pàra nada imparcial conmigo.
Si, tensión hubo, pero casi al final. Supongo que es la deseperación de la vida hospitalaria. (Y eso que yo estaba ennoviada)
Art: Noooooooooo, jamás. tal vez debí contar de esa amistad a prueba de balas que teniamos los tres. Mi novio y yo siempre fuimos un par de antisociales que odiaban a los patéticos wannabe que abundaban en medicina. Javier, fue ese vértice para dar estabilidad al triángulo.
Y probablemente no era amor, ni nada tan sublime. Solo que viviamos esa relacion de a tres.
Cuando terminamos, quien se deprimió fue él. La historia es laaaaaaarga. Y no hay amor comprometido.
¿Estoy comunicativa, no?
No me pareció para nada romántico entre toda esa sangre, la ropa de cirugía manchada tirada en el suelo...
no... ¡eso fue sólo por el scrub! ¡¡cochinona!! (no es cierto...supongo)
Historias de Hospital, historias de internado, es habitual que en un mundo que gira entre la puerta de emergencia,sala de operaciones, los pisos, las rondas, las sensaciones sean mas intensas, y la gente mas susceptible y vulnerable. En mi promoción hubieron antes del externado como 15 parejas como mínimo, solo una sobrevivió a la graduación luego de esos dos años.
Me pregunto que hubiera pasado si a tu amigo no lo hubieran llamado de sala.
No soy cochinona!!!!
o si?
Vaya a tomar la once, que yo aun no tengo hambre.
Nam: Hombre! te tengo que lionkear, pero esta cosas esta lenta.
Ni pienses que no pasó nada mas por la llamada de la otra sala. en realidad fue porque al verle la cara barbuda tan cerca mío, me entró un pánico terrible....o era algo más?
bueno, prefiero no pensar.
Que lindo, y fregada la vida verdad, la gente se nos cruza y mucha con una personalidad tan arrolladora que se hacen indelebles. Reflexionar sobre aquello trae sonrisas, buenos vientos, esta vez, sin moretones............
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