-¿Qué es todo ese humo?- pregunté cuando vi la pequeña plaza del pueblo nublada por una humareda cada vez mas densa.
-Es el trapiche, Dra. ¿Nunca lo había visto?
La verdad es que jamás había visto algo parecido, había humo cercando la ciudad que antes aparecía enmarcada por cultivos de caña y arroz. Era finales de Octubre y yo solía pasar las mañanas frente al ventanal del Centro médico evocando con cierta nostalgia, la imagen del mar ausente entre el valle amurallado.
El verano se dejaba sentir ya y el viento había tomado esa temperatura caliente que anunciaba un verano sofocante, sin ningún océano cerca y con los ríos secándose. Se acababa el año y yo había comenzado a usar las sandalias ligeras y los pantalones delgados que me dejaran soportar las largas mañanas de atención a pacientes.
Mi máximo placer era esperar a que llegara el único heladero de tres pueblos a la redonda y que anunciara con su cornetita que era Mi hora feliz. Entonces compraba todo el helado que hubiera y entraba a mi consultorio a disfrutar del placer escondido de quitarme las sandalias y poner las piernas en alto, para tomar mi helado de lúcuma y mango. El viento tibio de finales de Octubre azotaba entonces las persianas, agitando cada uno de los afiches médicos que colgaban del consultorio.
-Es el trapiche, Dra. ¿Nunca lo había visto?
La verdad es que jamás había visto algo parecido, había humo cercando la ciudad que antes aparecía enmarcada por cultivos de caña y arroz. Era finales de Octubre y yo solía pasar las mañanas frente al ventanal del Centro médico evocando con cierta nostalgia, la imagen del mar ausente entre el valle amurallado.
El verano se dejaba sentir ya y el viento había tomado esa temperatura caliente que anunciaba un verano sofocante, sin ningún océano cerca y con los ríos secándose. Se acababa el año y yo había comenzado a usar las sandalias ligeras y los pantalones delgados que me dejaran soportar las largas mañanas de atención a pacientes.
Para Octubre ya me había acostumbrado a la gente y ellos a mí, hacía visitasPor supuesto seguía la gente hablando mal, pero ya me había acostumbrando a ignorarlos y a causarles esa desazón que da a los chismosos el que “la víctima” no responda nunca a la mordacidad que acompaña su ignorancia.
domiciliarias a pacientes enfermos e incluso tenía algunas invitaciones
pendientes para ir a almorzar a sus casas o ser madrina de sus hijos.
Mi máximo placer era esperar a que llegara el único heladero de tres pueblos a la redonda y que anunciara con su cornetita que era Mi hora feliz. Entonces compraba todo el helado que hubiera y entraba a mi consultorio a disfrutar del placer escondido de quitarme las sandalias y poner las piernas en alto, para tomar mi helado de lúcuma y mango. El viento tibio de finales de Octubre azotaba entonces las persianas, agitando cada uno de los afiches médicos que colgaban del consultorio.
Era medio día y la gente evitaba venir a la consulta por el calor que implicaba salir a caminar por las calles asfixiantes donde el asfalto parecía derretirse bajo la suela de los zapatos. Y yo me abandonaba al aire artificial del viejo ventilador, a tomar helado descalza y a ver el pueblo extendiéndose hasta llegar al río, como una comunidad fantasma donde nada se mueve, excepto las copas de los árboles.
Me estaba gustando La Tierra del Olvido. Ese pueblo donde había sido olvidada del mundo y vivía en una continua recopilación de recuerdos para no salir loca.Un pueblo en donde no hablaba con nadie fuera de la consulta y me encerraba largas horas a ejercitarme ante un televisor que transmitía alguna película mil veces vista.
A veces me llevaban en visita médica a casonas alejadas, oscuras a toda hora, llenas de gatos dormilones y bandadas de patos graznantes en la puerta. Entraba y siempre era el mismo espectáculo de un anciano agonizante acostado en una cama de colchas tejidas. Otras veces ancianas febriles, siempre con mil enfermedades y necesitando de todos los especialistas, pero saludando con ese beso y esa caricia anhelantes de manos sarmentosas, característica de aquellos que ya no miran.
Me llevaban y me recogían en un auto, de aquellos FORD antiguos que en ningún lado del mundo andan, excepto allí y a los que Claudio les tomaba fotografías y quería llevárselos por ser de Colección. A mi me daba risa, ver esas cafeteras brillantes moviéndose entre los caminos rurales, entre los altos eucaliptos y al lado de los campos cultivados y llegar con su rodar rengueante a alguna casona de amplios porches, con árboles de ciruelo afuera.
Alguien acercándome el lavador de porcelana blanca con una jarra inmaculada y explicándome “que por aquí solo hay agua de pozo y tome Usted este mantelito que bordé yo misma, para que se seque las manos. Gracias, ¿dónde está el señor fulano? Ya la está esperando, le he advertido que usted es jovencita y que no se pase de mañoso, pero a veces con la fiebre se ponen…Bueno Ud. Ya sabe. Si ya sé señora, vamos a verlo.”
Y así todas las veces, en que me hubiera quedado de médico de cabecera de esos viejitos, solo para que me dejaran dormir en esas perezosas de madera que tenían en el porche bajo la sombra de los ciruelos y los árboles de mango.
"Acá todo es sano doctorita, Ud. Debería quedarse. Pero que bah! tan jovencita la doctora,
seguro que quiere viajar a todo el mundo antes de quedarse en este puebloComo el doctor Jiménez o la doctorita Rosa, si pues todos se van, es que en este pueblo nadie se queda, porque acá todos parecemos muertos. Y la carretera está tan lejos, no doctora? Cuando yo vine me pasaba lo mismo, solo quería irme, pero la ciudad quedaba tan lejos que me casé con esta negrita y me salió buena la negrita, asi vieja como la ve ahora, pero me salió buena, Doctora."
olvidado.¿No, doctora? ¿Verdad que Ud. Se va ir como se van todos los doctores
que son buenos?
Y entonces el anciano blanco como la nieve, volvía a caer en el lecho luego del esfuerzo de hablarme y lo veía debatirse entre la fiebre y las moscas, cuidado solo por “su negrita” una anciana morena de cabellos blancos como el algodón.
Y yo pensando que así sería yo de vieja, mientras preparaba otra inyección,
pensando que me gustaría casarme con el hombre que amara y vivir en ese porche, bajo los árboles frutales y con los patos graznando en el jardín,aunque no hubiera agua potable y el auto se tardará 2 horas en llegar a la posta médica mas cercana. Aunque toda la gente pareciera hecha de cera y el pueblo siempre pareciera habitado de fantasmas pululando entre los árboles de molle.
Yo pensando que ya no quería irme, que Nueva York quedaba demasiado lejos, que no me agradaría la nieve, que seguro jamás me acostumbraría, que mejor era que Claudio y yo termináramos esa fantasía de irnos a vivir juntos, porque a la larga y sufriríamos más y nos haríamos mas daño del que ya nos hacíamos con esa separación obligada.
- Dra. ¿Está llorando?
- No, para nada… solo es el humo del trapiche, respondo.
Y la tierra del Olvido queda envuelta entonces, en esa niebla azucarada que sigue a la quema de la caña de finales de Octubre.
16 comentarios:
Buen remate al final de este capítulo de tu futuro libro.
La anécdota literalmente "se ha mordido la cola", un perfecto texto circular.
Besos sobrina freak,
el tío
Ta que si no publicas alguna vez, te muerdo !!!
Tío,
lo de que salga mi libro está mas verde que la caña de azúcar
(tenía otra analogía, pero intento respetarlo)
Sí, ya sé, mas verde que yo, que, según tú, soy un viejo verde, jajaja.
Copia e imprime todo lo que has puesto en tu blog, no lo pierdas, el otro año hablamos de eso, vas a ver.
Saludos,
El tío.
Pucha, aun no leo esos comentarios de tus fans calentones que quieren sacarte plan asolapadamente, tipo esos: "Laura, somos dos almas gemelas...nuestras vidas son parecidas...visita mi blog...yo te entiendo, también pasé por eso, dame tu celu..." y todas esas cosas, jajaja.
Me has hecho recordar el tiempo que trabaje en las cooperativas en la Libertad.
Recordar que mi "casa" no se veia desde la carretera por las cañas, recorar que el viejo Genaro se burlaba diciendome "es que usted es de Lima" cada vez que le pedia que me ayude en alguna tarea.
Recordar fue el quien me ayudo a poner una humaca un dia domingo, y desde ahi saludaba a los que por ahi pasaban mientras tomaba algun aguardiente con el viejo Genaro, veiamos en la cara de los caminantes que es asi como quisieran pasar el resto de sus vidas.
Escribiste con el recuerdo vivo de esos momentos en que te sentiste parte de ese lugar que tanto rechazaste al principio (y que te rechazó también claro). Dulce y rítmico, vaya que me gustó tu post.
Lo mejor es que el texto camina al ritmo del tiempo en los pueblos olvidados. Lo malo es que no llega a sofocar, igual, me gustaría envejecer en un lugar así, aunque no siendo tan pobre económicamente hablando.
Muy bien escrito Laura, felicitaciones. No debes descartar la idea de un libro
post a post se me hace mas dificil comentar... "no es tu post soy solo yo" se me viene a la mente
aunque paso y leo y leo cada vez reniego mas por no tener la capacidad de comentar algo que valga la pena
ojala entiendas que no porque uno no comenta quiere decir que no lee y vice versa
trapiche es el nombre de un vino espectacular argentino tambien...
Si, Gabriel, tu recuerdo se concatena perfectamente con el sentimiento de soledada que da el vivir lejos, pero también con esa visión del mundo mucho mas brillante y relajado cuando uno nada en una pecera pequeña.
Angélica: Gracias por lo que dijiste. Creo que para Octubre recién me di cuenta que muy a pesar mío o de todo lo que dijera e intentara para poder salir de allí, me acostumbré a la gente, al ritmo de la vida, a ser uno mas de ellos.
A veces pasaba horas trazando planes para llegar a la carretera y de allí a escaparme a alguna parte. Ja! de esos planes de fuga si podría escribir un libro.
June: Exactamente. Cuando yo imaginaba mi vida por allí, lo hacía a bordo de una super camioneta todo terreno, viendo en una casa como esas pero con una piscina (asi fuera un charco) en el jardín.
Eso si hubiera sido espectacular. Y comer asados al aire libre y tomar el vino o pisco que la gente trajera para celebrar el día.
Monich: Gracias. No la descarto. Lo que creo es que de darse, serían muchos quienes descartarían un libro con ese tono triste de narrar la vida.
Alfredo: me pones una sonrisa en la cara, no se porque siempre te haces problemas. No me interesan los comentarios que "hagan creer que entendiste todo" o que "hagan parecer que eres todo un crítico consumado"...la verdad tampoco el que comenten o no. Solo saber que la gente lee, eso es suficiente.
Provecho en Don Tito.
lindo y muy bien escrito, me encanto laura, creo que por que me senti algo identificado ahora ando trabajando por camana desde hace unos meses, esa nostalgia este olor a mar el despertar con los gallos y la distancia de los que se quiere es pan de cada dia ... Gracias ...
Cada quien tiene su propia Tierra del olvido, ahora lo entiendes, no?
Qué bien escribes, lo vi todito. Lúcuma y mango, qué rico.
Que rico que se come en Perú, con que poquito la vida se nos vuelve feliz , feliz...casi perfecta...
Me alegro que tu tierra del olvido te haya despertado tantas emociones encontradas, la mia solamente me despertaba una: las ganas de largarme de ahi lo antes posible, no tanto por la gente pero si por las autoridades y las condiciones de trabajo (no lleve el curso de abrir trochas con un machete), lo bueno era que tenia mi moto porque la carretera estaba demasiado lejos. Por cierto.. te han invitado en pleno dia soleado un vaso de lo que tu crees que es agua y al final es aguardiente puro?
Saludos.
... OJALA QUE LA DOCTORA NO OLVIDE LA SENSIBILIDAD...ESPERO QUE LA DOCTORA NO COMETA EL PECADO DE SENTIRSE DIOS...PORQUE DIOS MIRA DE ARRIBA Y NO DEL COSTADO
SALUD Y MAS QUE SUERTE
jaja...Si, Nam, lo han hecho. Es que la gente suele beber agurdiente o pisco como si fuera agua pura.
Fuego: Esperemos que no.
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