Las imágenes de la carretera se sucedían rápidas e imprecisas. Al este la
montaña rezumaba todo ese aliento a vegetación fresca y a tierra mojada que a
Jurgen le disgustaba tanto.
Como todo europeo que se respetara había pasado todo el viaje quejándose de la humedad, del calor y los mosquitos. Offi y yo dormíamos sin hacerle mucho caso, mientras él decía cosas en su idioma que solo Offi entendía y de las que se reía sibilante entre dientes amarillos.
Como todo europeo que se respetara había pasado todo el viaje quejándose de la humedad, del calor y los mosquitos. Offi y yo dormíamos sin hacerle mucho caso, mientras él decía cosas en su idioma que solo Offi entendía y de las que se reía sibilante entre dientes amarillos.
No me había agradado la idea de que metieran al alemán en el asunto, pero
sin él, no teníamos presupuesto y tanto a mí como a Offi -Ofidio para los
amigos y Ovidio Rojas en su pasaporte-tener la primicia del caso nos interesaba
mucho.
Hace 6 meses cuando el jefe nos dijo que teníamos que conseguir noticias
que hicieran titulares, ni cortos ni perezosos nos metimos a investigar la vida
de todo aquel que tuviera plata en la zona; hallamos cosas jugosas como
amoríos, hijos no reconocidos y dinero lavado, pero implicaba meterse con mucha
gente y hallar tantos secretos como pañuelo de mago, que la verdad no teníamos
ni tiempo ni constancia para continuar investigando ni documentando.
Estábamos a punto de perder el trabajo y volver a la ciudad, cosa que tanto
a Offi como a mí nos disgustaba. La ciudad significaba volver a tomar fotos y hacer
entrevistas tontas a políticos del momento, también a ganar menos y a vivir
mal. La sabana después de todo tenía mucho que ofrecer a dos tíos rebeldes como
nosotros.
Así que cuando oímos los primeros rumores de un Comegente al norte de Madagaos, arreglamos las cosas y le avisamos
al jefe para partir cuanto antes.
El problema, nos dijo, era la falta de plata para la comisión. ¿De dónde
íbamos a sacar? Tendríamos que sobornar a un montón de gente para cruzar la
frontera y pasar sin que la guerrilla nos haga nada. Pero valía la pena. No se
había oído hablar de un caníbal en la zona desde inicios de siglo y esos
arrebatos de la indiada de comerse algún genital o algún seso del enemigo
después de una victoria, más que actos sangrientos para investigar el móvil del
caso y hacer hipótesis, sólo correspondían a viejas tradiciones que llamaban la
atención más que a los turistas de paso.
Pero un Comegente de verdad en la
sabana, era una primicia exclusiva. Offi me había dicho esa noche que pongamos
de nuestra propia plata porque con ese reportaje tendríamos siquiera para medio
año, si lo enfocábamos bien. “Y con algo de suerte lo podemos vender a alguna
cadena televisiva que pagara bien”- había agregado.
A mí no me gustaba la idea de pasar en medio de la guerrilla, después de todo era mujer y las historias de violaciones y otros raptos de odio en zona de frontera todavía me erizaban la piel.
-Hasta podemos hacer una película,
Negra- Me decía Offi, ajeno a mis reflexiones sobre si valía la pena
aceptar una verga o un tiro en la cabeza por buscar una historia exclusiva.
Los ojos de Offi brillaban en la noche llenos de codicia, detrás de
fumarolas de tabaco barato, mientras hablaba. Desde que llegó aquí se había
llenado de tantos vicios como deudas y la promesa de algo que pagara bien lo
conmovía hasta los huesos.
Fue en ese momento que la idea de Jurgen se me cruzó en la mente. Lo
admito, yo se lo propuse a Offi, pero es que jamás pensé que el desteñido del
alemán aceptaría poner de su plata para esa empresa alocada que teníamos en
mente.
Habíamos conocido a Jurgen en el Parque de la Reserva mientras hacíamos
fotos de algunos monos que eran los últimos de su especie. Offi le había pedido
al gringo un cigarrito y de allí habían comenzado a hablar de fotografías y
luego de cine como era lo usual en el medio.
Nos enteramos de que Jurgen estaba en el país hace un mes buscando material
para su próxima película. La verdad nunca nos dijo cuál era la primera, pero
Jurgen nos daba buenas señales de que el dinero con él no era problema, por
algo se había pasado ya 6 meses buscando en Latinoamérica algún tema truculento
de esos que en Europa les gustaba tanto y que lo catapultara al éxito de las
pantallas.
Para Jurgen nuestra existencia era tan interesante como la de esos monos en
extinción que ahora Offi intentaba fotografiar en su mejor pose. Apenas unos
animales exóticos que hacían ruido y tenían colores dignos de poner en imagen.
Una mera excusa para brillar en los créditos de alguna producción millonaria.
Esa noche fuimos a hablar con él y Offi con su alemán a medias, lo convenció lo mejor que pudo para que invirtiera en el proyecto que a nosotros nos sacaría de pobres y a él del anonimato. El gringo se interesó de inmediato, pero quería estar presente durante la investigación. Le dijimos que era muy peligroso, que la guerrilla, que el calor, un millón de excusas que el desteñido ni escuchó; quería ir y garantizar que su dinero era bien ocupado, así que lo hizo.
Para el amanecer del uno de marzo estábamos Jurgen, Offi y yo embarcados en un camión que nos haría cruzar la montaña hasta Puente alto y de allí cruzando el oriente de Madagaoz hasta la misma frontera donde se habían oído los primeros reportes de víctimas del Comegente.
Esa noche fuimos a hablar con él y Offi con su alemán a medias, lo convenció lo mejor que pudo para que invirtiera en el proyecto que a nosotros nos sacaría de pobres y a él del anonimato. El gringo se interesó de inmediato, pero quería estar presente durante la investigación. Le dijimos que era muy peligroso, que la guerrilla, que el calor, un millón de excusas que el desteñido ni escuchó; quería ir y garantizar que su dinero era bien ocupado, así que lo hizo.
Para el amanecer del uno de marzo estábamos Jurgen, Offi y yo embarcados en un camión que nos haría cruzar la montaña hasta Puente alto y de allí cruzando el oriente de Madagaoz hasta la misma frontera donde se habían oído los primeros reportes de víctimas del Comegente.
Entre la emoción de un proyecto nuevo y el sopor de otro viaje por tierra
algo en mí me punzaba como mal presentimiento. ¿Estábamos haciendo lo correcto?
¿Era confiable el tal Jurgen? ¿Offi me defendería si es que llegaba a
atraparnos la guerrilla?
Muchas preguntas y una sola respuesta: Ya estábamos en camino y no valía
echarse para atrás.