Hace algún tiempo
llegó a Lima un amigo que había conocido en Sao Paulo, el hombre era uno de
esos ciudadanos del mundo que han vivido en cada país por 2 años. Su última
residencia, por ejemplo había sido en Japón y demás está decir que yo
disfrutaba mucho con sus anécdotas y apreciaciones del mundo, así las dijera en ese
idioma gringo salpicado de dinero y finanzas.
Esa tarde se lo presentaría
a una amiga a ver si ligaban y ella me dejaba en paz preguntándome sobre
hombres solteros en mi entorno. Ella se
acercaba a los treinta y seguía sola, en
su trabajo como médico había dejado de conocer gente interesante, según decía. Luego
de su cita, le pregunté a ella que tal le había parecido.
- - Hmmm,
un poco tonto- dudó. Imagínate que no tenía idea de quién era Vargas Llosa y me
llevó a una librería a buscar libros de un tal Hernando de Soto
- - Ya…pero
no todos tienen porque conocer a Vargas Llosa, después de todo el es economista
no precisamente un gran lector…-Trataba de ser cauta, puesto que yo sabía que
mi amiga tampoco sabía quién era Hernando de Soto ni mucho menos era gran
lectora de MVLL.
-Pero ¡Es el premio Nobel!- exclamó ella, atacada por un ataque súbito de
nacionalismo. Aunque no hubiera leído ningún libro suyo y; de él como muchos peruanos de a pie, solo conociera
la adaptación al cine de sus novelas mas
picantes.
- - No sabía
que te gustaran tanto sus libros- sonreí yo. Era irónico como podía exigirle a
alguien, conocimientos de los que ella carecía y sacrificar asi un posible
affaire.
- - Da
igual…Es peruano y es un Nobel, en cambio ese de Soto, a ver ¿Qué ha ganado
para conocerlo?
- - …..
Esta mañana mientras
buscaba mi bloc de apuntes de viajes, cayó sobre mi cabeza un libro que me había
gustado mucho en su momento, era de JJMillas. A muchos de mis amigos no les
gustaba como escribía o no entendían su humor, yo también había juzgado a
muchos de ellos como idiota por no leer más que lo usual de libros de autoayuda
o novelitas best seller. No solo había juzgado, me había negado a una segunda
cita, cuando no, a una primera. Y me había
ido quedando sola, no como mi amiga, que afortunadamente halló a alguien que también
desconocía de todo y defendía el nombre del Perú con más agallas que héroe de
guerra.
Yo simplemente me
había quedado sola, con muchos libros sí. Y con un millón de anécdotas y porque
no, con un montón de primeras y segundas citas. Había tenido algunos novios y
por no jugar a la soltera desesperada que pide teléfonos y reuniones de excusa,
me había dejado sacar del mercado hasta que me volvieran a dar ganas de
equivocarme con un hombre.
Mi error era no
querer conformarme o eso me decía; después
de todo si en el amor aplicaba lo mismo que en las compras: “Si no te gusta en
la vitrina, jamás te gustara en casa” yo ya había tenido algunas compras con
talla equivocada en mi vida y no quería seguir de shopping.
A la noche
siguiente salimos los tres a tomarnos unas copas; ya achispados todos, él
me comenzó a coquetear a mí, igual como había
intentado sin éxito en Sao Paulo. Mientras mi amiga en silencio, disimulaba con los tragos su total ignorancia
sobre los temas de los que ambos reíamos. Hablábamos
del mundo, de los sitios que nos faltaba visitar, libros que leer, vida que
vivir. El subrayaba la idea de que
personas como nosotros no pertenecíamos
a ningún país en especial, sino a todos.
-“Podríamos estar
sentados en un bar de cualquier sitio del mundo y nadie sabría exactamente de qué
lugar somos. Ayer fue Sao Paulo, hoy
Lima, mañana… New York, o Madrid ¿Dónde nos encontraremos mañana, menina?”- Brindó ebrio
y feliz.
A continuación, sacó una lista, típico gringo había hecho su
lista de balance al terminar el año y sus planes para el siguiente. El tercer
punto en la lista era conseguir una mujer para establecerse, pero no cualquier
mujer. Dos puntos seguidos, agregaba, una mujer inteligente, bonita, sexy y con flexibilidad laboral.
-¿Difícil, no?-
Dijo, mirándome a los ojos tratando de ser galante. Después de los 35 años un hombre se
vuelve exigente para buscar pareja.
-Coincido
totalmente con tu lista- le dije sonriendo- es más, pondría en la mía los mismos
requisitos y agregaría (cogí un lapicero
para escribírselo) :
“Un hombre que no haga listas”
Entonces lancé una carcajada y me levanté para ir al baño.
Esa noche, mi amiga y el hicieron el amor como lunáticos,
antes de no verse nunca más.