Dicen que cada niña nace con el sueño inocente de ser princesa de su cuento personal, aunque se lo niegue a si misma el resto de la vida. Que cada niña tiene el derecho de volver realidad su sueño, y que solo aquellas que ponen todo el empeño en conseguirlo, llegan a hacer realidad lo que parece imposible. Porque dicen que cada niña es un capullo de mujer, esperando florecer a tiempo.
Era Octubre y mi novio y yo nos volvíamos a encontrar después de 5 largos meses. Lima era una pecera gris llena de sueño rotos, pero yo tenía el poder de hacer los míos realidad a su lado. Por primera vez estaba disfrutando de ese poder que da sentir todas las puertas abrirse y solo sonrisas a tu paso. El poder que da, saber al mundo en equilibrio y que nadie te volverá a hacer daño, pues ya existe alguien para protegerte. Que estás del lado correcto de la historia, en donde nada te será negado y la protagonista del cuento es la niña que hizo bien las cosas y viene por su recompensa.
Recuerdo Octubre, desnuda entre las sábanas blancas, comiendo melón picado en la cama y viendo comedias francesas, después de un largo baño de burbujas de coco y limón. Despertar a las 11 de la mañana y jugar a la niña inocente, a la mujer fatal, a la princesa de cuento. Recuerdo haber sido plena y feliz al lado del hombre que amaba, incluso pasando la noche en un sillón del aeropuerto a las 2 de la mañana, despertando solo para comer pastel de chocolate en la madrugada, mientras mi novio leía a Isabel allende en la butaca vecina, cuidando mi sueño. Recuerdo toda una ternura desconocida fluyendo por mis dedos y mi boca. Recuerdo mi felicidad sin sombras.
Era de madrugada en Octubre y yo era feliz sin mudarme de ropa, con el cabello revuelto y las ojeras oscuras, tomando café negro junto a él a las 4 de la mañana, mientras los aviones partían a todos lados y nosotros seguíamos quietos con la vida a nuestro propio ritmo.
Cinco días después volvía a la Tierra del Olvido, con insomnio y el cuerpo maltrecho pero con una sonrisa mas luminosa que cualquier día de verano. Mi jefe me quería echar, mis pacientes me reclamaban haber faltado un lunes, llamaban de gerencia para ver lo de las referencias y costos, el consultorio era un descalabro de niños llorando y viejitas abrazándome en el pasillo para que las atendiera rápido. Yo estaba en ayunas y no sabía ni en que fecha estábamos; pero hice todo lo pendiente sin quejarme, hasta que llegué a casa y me desplomé sobre la cama. Estaba muerta de cansancio pero por mas que intentaba no podía dormir. Abrí la laptop para ver las últimas fotografías juntos y fue cuando pensé que estaba viviendo la vida de otra persona.
Las fotos que se abrían eran de él y su familia, archivos varios, en la nieve, en la playa, con su madre, con su hermana, con sus hijos, con su esposa…Un momento ¿con su esposa? Imposible, la ex esposa vivía en otro estado, hace años que se separaron, ellos ni se hablaban ¿pero que hace sonriendo así? ¿Pero porque están juntos de vacaciones? Claro…por los niños, solo por eso…Pero ¿Por qué se ven tan bien juntos? ¿por qué ella lo mira así? ¿Por que el mira así a la cámara, a quien intenta seducir? ¿Por que no tiene camisa? ¿Es el calor? Comencé a ver las fechas…cada foto coincidía con nuestros encuentros. Siempre una semana después de vernos, siempre con ella.
Las vi todas con curiosidad y sin enfado, como si hurgara en la vida de un par de desconocidos. Luego de 50 fotos viendo a la familia feliz sonriendo en todos los escenarios posibles, pensé que me había equivocado de archivos, que era una broma. En fin, que tal vez la falta de glucosa y de sueño me hacían ver visiones, porque era imposible que mi novio siguiera casado, o mas bien, casado y feliz con otra persona, a una semana de nuestras vacaciones juntos. Así que cerré el computador y me quedé dormida sin pensar en nada más, estaba agotada.
Al despertar, sentí un dolor desconocido en el pecho, unas enormes ganas de llorar, náuseas. Vi la laptop junto a la cama y entendí que lo que había visto horas antes, no era una pesadilla, todo era real y yo era de carne y hueso. Mi mundo de azúcar se empezaba a romper y apenas si era el primer acto.
Fue extraño que el dolor solo se empezara a intensificar al pasar de los días. Como si todo fuera cobrando forma y las mentiras descubiertas fueran llenando cada vacío de medias verdades dichas por él. Me quedé callada y sin reclamarle, pensaba inútilmente que mientras la verdad no se mencionara, no sería mas que un mal sueño en mi mente.
Los días que siguieron no dije nada, ni cuando hablábamos por teléfono. Algo había cambiado, pero no sabía ni como decirlo. Llegó el día que me cansé de callar y le dije que ya sabía todo, que me acababa de dar cuenta que no era la novia, sino “la chica de las vacaciones” y esa verdad dolía en el orgullo de la niña que se cree sin mancha y con derecho a todo. El hombre que amaba me acababa de dar ese papel secundario en la historia de la cual me creía la protagonista.
Cuando las palabras salieron de mi boca, se terminó de cristalizar esa realidad a la que yo me consideraba ajena. El calló como lo haría de allí en adelante, ante lo que consideraba “leseras” y “reclamos tontos” que solo complicaban mas una relación ya difícil por la distancia.
Era Octubre y en una ciudad sin milagros, yo me despertaba a una vida que no era la mía. Ahora ninguna promesa era confiable, ninguna explicación cercanamente creíble. El me decía que no era como yo creía haberlo visto, que “uno hace lo que sea por sus hijos”, esas y otras explicaciones a las que yo ya no daba forma, porque la confianza se había terminado y cuando ese vaso se rompe, ya no hay mas agua por beber.
Mas dicen que el amor lo perdona todo y aun peor , cuando a la distancia es ese sentimiento, el único cable de conexión con el mundo. Y era ese amor mi única esperanza de salir del exilio donde vivía mas solitaria que un perro. Un amor probablemente unilateral, pero que seguía siendo puro y dispuesto a todo.
La vida siguió y yo empecé a caminar con un peso en el pecho que me hacía ver los días mas nublados y la soledad aun mas triste. Un peso del que ya nadie podría librarme, porque era mío, un peso secreto al que debía acostumbrarme para poder seguir adelante.
Dos semanas después sonaría el teléfono del consultorio y una voz conocida me pedía permiso para poder verme.
- claro, ven cuando quieras- dije entre asustada y sorprendida.
Era mi primer novio. Venia al exilio a buscarme después de casi un año de separación, quien sabe por qué. En ese pueblo, donde una mujer era calificada hasta por el color del cabello, un nuevo hombre se aparecía en la puerta de la doctorcita nueva, con una maleta enorme y una cara de no haber dormido en varios días.
No pude ocultar mi contento al verlo de nuevo, habían sido meses difíciles sin poderle contar a nadie lo que pasaba al interior de ese infernal centro médico. Haciéndome la fuerte ante medio mundo, sin poder hablar con nadie de mi rama, porque el resto de médicos de la zona eran carcamanes que curaban solo faringitis y tifoideas desde hace 20 años y se creían los dueños de la verdad, en esa tierra de nadie.
Yo estaba feliz. Finalmente llegaba alguien con quien hablar de medicina de igual a igual…aunque no fuera ese el motivo por el que él había atravesado el país para verme.
-Tenemos que hablar- me dijo, después de almorzar.
Hasta ese momento él parecía estar con la mirada en otro sitio y con una ansiedad en las manos que yo le desconocía. Cuando comenzó a hablar, me enteré que hacía dos semanas a él también se le había destruido parte del mundo de azúcar que lo mantenía a flote.
Un mundo en el que yo seguía siendo su novia que trabajaba en el exilio y con la que, de regreso a la civilización, retomaría esa relación bonita, con los proyectos de una vida juntos y para siempre; porque esos amoríos que le contaba con el novio chileno, seguro solo eran fantasías mías, con los que la distancia acabaría. Porque esas cosas increíbles acerca de mi nueva relación, no podían ser verdad mas que en mi cabeza.
Sin embargo hace dos semanas, cuando nos vio juntos de camino al aeropuerto, cuando todo confabuló para que los tres estuviéramos en el mismo lugar geográfico, todo se le vino abajo. Su novia, no era nunca mas su novia, ahora era la mujer de otro.
Él me había soltado como una avecita entrenada al aire pensando que volvería y yo me había escapado rápidamente de su mano, ansiosa de una libertad que no creí extrañar tanto. Un ave que ahora estaba atrapada por otras manos.
El poder de la negación había resultado ser tan poderoso, que ambos caímos presa de lo mismo. Amar a un ser idealizado que no sentía lo mismo. Cada quien amando a su propio verdugo.
Pasamos tres días juntos, hablando y llorando a solas en esas 4 paredes. Llorando por un tiempo juntos que no podíamos recuperar, por un amor que yo ya no sentía, un amor que había sido reemplazado por el sentimiento que mas indigna al ser que ama: “El cariño”. Así pasaron 2 noches, contándonos todo lo que había pasado en esos meses a solas, cada uno luchando contra el mundo a su forma, cada quien esperanzado en sueños irrealizables. Y yo lloré por no poder darle lo que el merecía, ese amor que sentía fluir a borbotones por otro alguien que tal vez no lo merecía.
Al terminar esos tres días juntos en que la petición de “Cásate conmigo” fue rechazada entre lágrimas tres veces, nosotros ya no éramos nunca mas los mismos. Los jovencitos de futuro ideal estaban hechos mierda, por una circunstancia que de la que ya no eran dueños.
Le conté sobre mi soledad allí, sobre la gente que a veces entraba gritando al consultorio, sobre las amenazas de denuncias de todo tipo, sobre mi jefe inmoral que me hacía la vida imposible, que me negaba la ambulancia para transportar pacientes graves, que se escondía las medicinas, que falsificaba los registros de su consulta y que a las finales era contra mí que se estrellaban los pacientes; sobre la gente de allí y la desconfianza que me tenían por ser mujer y no superar los 30; sobre la discriminación por mi sexo, incluso al servirme un plato de comida; sobre mi reciente descubrimiento de la doble vida del Innombrable, pues yo no era ninguna princesita de cuento, sino el segundo plato de una mesa bien servida; que el hombre que amaba me había etiquetado ante el mundo como todo aquello a lo que yo siempre había odiado; que en el mundo real- no en el de mis tontas fantasías- yo no pasaba de ser “esa otra”, la ingenua que ni en pesadillas pensé ser ; y que el mundo se había destrozado bajo mis pies por creer en un amor que a lo mejor ni existía en él, pero que a mi me venía consumiendo.
Y lloré todo lo que tuve para llorar en su pecho, queriendo volver a amarlo y recuperar la vida que yo tenía, sin ninguna suerte de mancha, un futuro perfecto que ya no existía.
Recuerdo haber caminado con él hasta el río, entre las murmuraciones de la gente que no sabía porque la doctorcita se alejaba por el sendero del río, con un hombre que no era el de la primera vez ; y recuerdo hablar con él entre sonrisas, caminando lentamente bajo los sauces iluminados por un sol de atardecer que no quemaba como antes.
Recuerdo su voz diciéndome que “sabia que yo era alguien que siempre corría tras las mariposas, pero que no quería que me hiciera mas daño” y yo sonreí diciéndole que “para esas caídas ya me estaba cosiendo un paracaídas, porque ese amor me empujaba a seguir adelante aunque tuviera que desbarrancarme en el intento de alcanzar un sueño”.
Recuerdo estar parados en un puente de fierros oxidados y haber extendido los brazos con el viento del cañón soplando sobre nosotros, con el cabello desordenándose y volviéndose a peinar, dueños de ese vacío en el corazón, dueños de esa nueva vida llena de ilusiones rotas. Pensando que todo estaría bien porque al fin nos habíamos contado todo y podíamos ser amigos de nuevo.
Y él me miró con esa ternura de siempre, para decirme con la voz mas suave que recuerdo:
-“yo vine aquí a hacer mi último intento por la niña que amaba y luego si no resultaba, poder olvidarte. Pero ahora que veo en la mujer que te estás convirtiendo, me gustas mas y nadie me puede quitar eso, ni siquiera tu”
Y yo le sonreí como ahora, con lágrimas nublándome los ojos. Sentía tanto amor en mi pecho para darle, pero ya no podía devolvérselo a la persona que lo merecía.
Yo tenia que seguir caminando, seguir cayendo, seguir levantándome, porque creía estúpidamente que cuando das el mayor esfuerzo, este es recompensado. Y que toda niña tiene derecho a hacer realidad su cuento de hadas.