¿Por qué los hombres nos llaman? No sé, no deberían hacerlo.
Hay noches que me despierta el sonido del celular o el teléfono o de vez en cuando la puerta. Yo duermo mucho, pero duermo con los ojos abiertos. Me acuesto y reposo mi cabeza sobre la almohada, recordando cada suceso del día. Entonces suena.
Y yo quedo preguntándome, mientras veo la luz del celular encendido, si debería o no contestar. Si esta vez diré mas que un simple: “Ah, eras tu”.
A veces me siento despreciable, por hacer las cosas que me han hecho y me han dolido.
Por contestar sin ganas, por hablar monosílabos. Por burlarme y así evitar una charla larga. Tal vez es solo él, solo la gente que últimamente ocupó partes de mi vida. Tal vez sea desánimo.
Hubo un tiempo en que no me avergonzaba llamar yo primero. Era un acto de valentía, así lo entendía yo. Tenía miedo, vergüenza de hacerlo, pero lo hacía y llamaba y decía:
¿Qué haces hoy? Pero no eran mis amigos, no es como llamar a A. para quedarme hablando una hora de nada en particular. Era un acto de valentía porque era mi iniciativa de salir, luchando contra el tedio natural al otro lado de la línea.
Ahora no llamo a nadie, ni llamaría a nadie para salir. Reviso mi agenda y pienso que no hay ningún número que valga la pena hacer el esfuerzo. Preferiría que me llamen.
Pero…
No sé porque me llaman los hombres a los cuales trato mal. Aquellos con los que jamás tendría nada, ni volvería a tener. Me llaman al celular a la media noche, haciendo gala de todo su ingenio para decir un Hola que no suene mil veces dicho.
No me admira nada, todo me lo han dicho. Lo bueno, lo malo y lo inventado.
A veces no sé porque llaman los hombres al teléfono, después de un No que suena rotundo, después de portarme mal como se han portado conmigo. Devuelvo la bofetada al mundo en una forma inconsciente, que no puedo evitar. Tal vez sea solo falta de interés. En todo, en todos.
Tal vez, sea solo que marcan el número equivocado.
Hay noches que me despierta el sonido del celular o el teléfono o de vez en cuando la puerta. Yo duermo mucho, pero duermo con los ojos abiertos. Me acuesto y reposo mi cabeza sobre la almohada, recordando cada suceso del día. Entonces suena.
Y yo quedo preguntándome, mientras veo la luz del celular encendido, si debería o no contestar. Si esta vez diré mas que un simple: “Ah, eras tu”.
A veces me siento despreciable, por hacer las cosas que me han hecho y me han dolido.
Por contestar sin ganas, por hablar monosílabos. Por burlarme y así evitar una charla larga. Tal vez es solo él, solo la gente que últimamente ocupó partes de mi vida. Tal vez sea desánimo.
Hubo un tiempo en que no me avergonzaba llamar yo primero. Era un acto de valentía, así lo entendía yo. Tenía miedo, vergüenza de hacerlo, pero lo hacía y llamaba y decía:
¿Qué haces hoy? Pero no eran mis amigos, no es como llamar a A. para quedarme hablando una hora de nada en particular. Era un acto de valentía porque era mi iniciativa de salir, luchando contra el tedio natural al otro lado de la línea.
Ahora no llamo a nadie, ni llamaría a nadie para salir. Reviso mi agenda y pienso que no hay ningún número que valga la pena hacer el esfuerzo. Preferiría que me llamen.
Pero…
No sé porque me llaman los hombres a los cuales trato mal. Aquellos con los que jamás tendría nada, ni volvería a tener. Me llaman al celular a la media noche, haciendo gala de todo su ingenio para decir un Hola que no suene mil veces dicho.
No me admira nada, todo me lo han dicho. Lo bueno, lo malo y lo inventado.
A veces no sé porque llaman los hombres al teléfono, después de un No que suena rotundo, después de portarme mal como se han portado conmigo. Devuelvo la bofetada al mundo en una forma inconsciente, que no puedo evitar. Tal vez sea solo falta de interés. En todo, en todos.
Tal vez, sea solo que marcan el número equivocado.